Chiro, la historia del perro que ya no quiso seguir padeciendo la “mezquindad humana”
Fabiola Cortés Miranda
PLAYA DEL CARMEN, MX.- Éste
fue el último diciembre de Chiro, un perro que ya no resistió la “mezquindad humana”;
escribo entre comillas “mezquindad humana” porque esas palabras así juntas me
parecen redundantes, pues no creo que exista mezquindad o malicia entre los
animales, ambos sentimientos son propios de las personas.
Chiro
vivía en el poblado de Chemuyil, a unos 35 kilómetros de Playa del Carmen. Y
fue el azar quien nos llevó a él.
Era
el primer día de vacaciones con unos amigos venidos de la Ciudad de México.
Después de pasar media tarde en la paradisiaca playa de Xcacel-Xcacelito, decidimos
ir a comer al famoso restaurante de pizzas que está en el poblado de Chemuyil.
Llegamos
en el momento preciso en el que estaban abriendo el pequeño restaurante de
comida “low food”, y a unos metros de la entrada estaba un perro callejero al
que tuvimos que esquivar porque tambaleaba en medio de la calle. Al bajarnos
del auto tratamos de indagar si lo habían atropellado o si alguien sabía qué le
pasaba.
Chiro,
como después supimos que se llamaba, llevaba días tirado en la calle, adolorido
y agonizante.
La
indiferencia de las personas del pueblo de Chemuyil resultó grotesca. El perro estaba
ciego y tenía los ojos cubiertos por una especie de hongos. Intentaba ponerse
en pie pero no lo lograba, el cuerpo no le respondía, dos de sus patas se
doblaban sin más.
Después
de nuestro azoro, algunas personas se acercaron. Hizo su aparición la “autoridad
del pueblo”, la delegada Nibia Lizama, solo para confirmarnos que el perro era
propiedad de un hombre que tiene problemas de alcoholismo, y que al parecer lo
tundía.
Así
las cosas, decidimos traer al perro a Playa del Carmen para llevarlo al
veterinario. Previamente hablamos a una de estas asociaciones dedicadas al rescate
de perros callejeros.
Unos
policías nos ayudaron a subir al perro a la cajuela, y nada más de tocarlo, el animal
se dolía, intentando morder, como una reacción que ya tampoco coordinaba del
todo. En el trayecto el perro emitió aullidos lastimosos, hasta que después de
unos minutos se durmió.
Chiro
estuvo cinco días en el veterinario, le limpiaron la infección y corroboraron
que estaba ciego. Sobre su imposibilidad de caminar el diagnóstico del veterinario
fue que probablemente lo habían golpeado y le habían afectado parte del cerebro
y con ello sus funciones motrices, pues no presentaba lesiones.
La
sugerencia fue que se durmiera al perro. Antes de eso le pedí a la propietaria
del refugio que buscara a través de las redes sociales quién se hiciera cargo
de Chiro, y su respuesta fue lapidaria: “nadie quiere un perro ciego y que no
puede caminar, ¿tú lo adoptarías?”, me espetó.
Durante
los cinco días que Chiro estuvo en el veterinario no quiso comer, ni siquiera beber
agua; se le mantuvo vivo a base de suero.
El
perro se hizo un ovillo, y los días que fuimos a verlo, estaba siempre dormido.
Lo acariciábamos y le hablábamos, y a veces se encogía con más fuerza y
ocultaba su cabeza, como si no quisiera nunca más saber de los humanos.
Aunque
no fue sencillo decidirlo, al final elegimos que Chiro se fuera. La realidad
era que nadie de nosotros podía hacerse cargo del perro, además de que supusimos,
quizás para auto aliviarnos, que habría continuado
con una vida infeliz por sus condiciones.
Cuando
se fue, Chiro ya no aullaba de dolor, respiraba sin sobresaltos. Recuperó algo
de la tranquilidad que seguramente tuvo en días menos desafortunados.
Mi
amigo Noé, Doctor en Psicología y seguidor del budismo, pagó la mitad de la
cuenta del veterinario por lo que de su karma le tocaba. Y concluyó que a la
vida se viene a dos cosas: a vivir el karma y a generar karma. Deseamos que
Chiro en verdad tenga otra vida y esta que tuvo, de reencarnación en perro apaleado,
haya cerrado un círculo.
Chiro, la historia del perro que ya no quiso seguir padeciendo la “mezquindad humana”
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domingo, enero 03, 2016
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