No a las leyes estatales y sí al fortalecimiento de la Ley Federal de Protección a Periodistas
Fabiola
Cortés Miranda
En la mesa nacional
está el debate porque la circunstancia lo amerita. No se trata ya de los
periodistas del norte del país o de los estados “conflictivos”, “acosados por el narco”, se trata de todos
nosotros sin importar en qué entidad estemos.
Han tenido que asesinar
a cientos de colegas por ejercer su oficio para que empecemos a “medio querer
reaccionar”. No somos policías no somos soldados, y sin embargo, las bajas se
cuentan por cientos. Somos referencia en el mundo pero no por algo por lo que
tengamos que alegrarnos, sino por algo que debería ser una vergüenza para un
estado, pero no parece serlo.
De las cifras se ha dicho
mucho, aunque no sobra recordar algunas que provienen del registro “oficial”, de
lo que la Secretaría de Gobernación consigna en el análisis de riesgo de los
periodistas que solicitamos la intervención del Mecanismo de Protección: “un
periodista es asesinado en México, en promedio, cada 26 días”. Durante el
primer semestre del 2016, se registraron 218 agresiones contra la prensa: 69 de
enero a marzo y 149 de abril a junio; esto significa que la violencia contra
periodistas aumentó 115% en el segundo trimestre del año. Por tipo de agresión,
las físicas/materiales son las de mayor registro durante el semestre con 46
casos; seguidas de las intimidaciones, con 37; las amenazas, con 35; las
privaciones de la libertad (que incluyen a las conocidas como “encapsulamientos”
o “retenciones”), con 32; y ataques a medios de comunicación, con 16.
El propio estudio de
riesgo reconoce que “de lo anterior se desprende que internacionalmente México
es visto como uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo debido
a la gran cantidad de agresiones que sufren los periodistas en la realización
de su actividad y a la falta de impartición de justicia por las autoridades, y
que en algunos casos habrían de ser los agresores.”
En el Informe también
se reconocen las omisiones de las autoridades encargadas de impartir justicia,
como el retraso en las investigaciones y la falta de diligencias que lleven a
esclarecer los homicidios y las agresiones, así como la tardanza en la
integración de los expedientes…
Es decir, se tienen las
estadísticas y se tiene el diagnóstico, y entonces ¿por qué el estado no ha
actuado?.
Una posible respuesta
se puede ilustrar con la reunión que en mayo pasado sostuvo la CONAGO con el
secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, donde únicamente 13 de 32 gobernadores se
dieron tiempo para acudir personalmente a firmar el convenio para cumplir con
el mecanismo federal de protección a periodistas; faltaron 19 ejecutivos
estatales, entre ellos el de Quintana Roo, Carlos Joaquín González.
La respuesta entonces, a
la pregunta de por qué el estado no ha actuado, puede reducirse a algo muy
simple: porque no le interesa…
¿Si eso sucede a nivel
federal, qué puede esperarse de una ley estatal y de los mecanismos locales?.
Yo creo que nada, más allá de un órgano burocrático e inútil que terminará
siendo una estructura administrativa cualquiera y un desperdicio de recursos.
¿Qué
nos queda?
Desde mi opinión, nos
queda unir esfuerzos para impedir que se atomice la obligación de estado de
garantizar la vida y la integridad de las personas pertenecientes a un gremio
que cumple una función social. Los mecanismos estatales provocarán una menor
exposición de los casos y prácticamente una nula obligación de la federación de
atenderlos. Serán las estructuras de los estados, con sus males, sus
deficiencias y sus limitaciones las que atiendan las agresiones y los
asesinatos de periodistas… Y si a ello se le agrega que las agresiones a
periodistas provienen, en la mayoría de casos, de las autoridades locales…la
circunstancia empeora.
¿Cuál
es la propuesta?
La propuesta, además
del rechazo a las leyes y los mecanismos estatales va en el sentido de reformar
la ley federal de protección para periodistas, por ejemplo, desde la
integración de la Junta de Gobierno, donde de un cuerpo colegiado de nueve
personas, cinco son de la administración pública (incluyendo a la CNDH aquí) y
cuatro del Consejo Consultivo (representantes de periodistas y defensores de
derechos humanos). La fórmula se debe invertir, en este cuerpo colegiado deben
ser mayoría los representantes de los agraviados.
Otro ejemplo. Aunque en
la ley se contempla que los cuatro representantes del Poder Ejecutivo Federal que
integren la Junta de Gobierno deberán tener un nivel mínimo de Subsecretario y
el de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el de Visitador, la realidad es
muy distinta, pues a las Juntas de Gobierno llegan funcionarios no de segundo
nivel sino de cuarto o quinto escalafón, desinteresados de los casos y con el
único objetivo de “hacer presencia”. Es correcta la exigencia de la Ley sobre el
nivel que deben tener los funcionarios que acuden a las sesiones de las Juntas
de Gobierno, porque son éstos el conducto que tienen las víctimas para llevar su
voz y su reclamo al nivel más alto; ahora lo que se requiere es establecer en
la ley que esa presencia sea obligatoria, y solo eventualmente y en casos extremos
pueda delegarse. Igualmente, se propone que a las sesiones de la Junta de
Gobierno el representante de la PGR que acuda sea, indelegablemente, el titular
de la Fiscalía Especial para la Atención a Delitos contra la Libertad de
Expresión (FEADLE), quien es todos estos años estuvo ausente, primero, en la figura
de Ricardo Celso Nájera Herrera y ahora en la de Ricardo Sánchez Pérez del Pozo.
Una propuesta más va en
el sentido de que el Consejo debe dejar de ser un órgano solo “consultivo” para
convertirse en uno con fuerza vinculante, donde sus observaciones no queden
diluidas en boletines de prensa.
Pero quizás lo más
apremiante es reformar la Fiscalía Especial para hacerla funcional, y para
evitar que las denuncias de periodistas queden banalizadas en simples delitos
del fuero común turnados a las procuradurías locales; que no quede a discreción
y criterio de la FEADLE si investiga o declina la competencia sobre las denuncias
presentadas por periodistas. Es ésta una pieza clave del entramado con el que se
podría avanzar para acotar la impunidad en los asesinatos y las agresiones. Que
se integre un grupo de trabajo profesional, efectivo e independiente.
Ahora bien, en los
estados lo pertinente es crear unidades de enlace y apoyo integradas por
periodistas y defensores de los derechos humanos, que sean coadyuvantes con el
mecanismo federal para la integración de los análisis de riesgo y de las
recomendaciones de los casos locales.
Concluyendo, párrafo
por párrafo y una vez que se tenga un documento nacional, insisto, la vía debe
ser reformar la ley federal e impedir a toda costa que la federación se
desentienda de su obligación, porque las agresiones y los asesinatos de
periodistas son un asunto de estado…
No a las leyes estatales y sí al fortalecimiento de la Ley Federal de Protección a Periodistas
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sábado, junio 24, 2017
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